Me llamo Patricia, y llevo casi 7 años en APSA. Tengo dos hijas: una adolescente de 17 años, Stella, que es mi estrella; y otra hija, de 8 años, que se llama María, mi sol. María es autista, y lo que os voy a contar fue, y es, mi vivencia personal.
El proceso es
el mismo para todos, independientemente de la discapacidad, llamémosla “X”, con la que nos encontremos; el dolor, la
preocupación y la angustia es algo que sentimos todos.
Al principio
fue complicado, porque de golpe me enfrenté a una situación completamente
nueva, y frente a lo desconocido sentí miedo; que no podría afrontar la
situación. Ante esto, me preguntaba:
“¿Mi
hija hablará?”
“¿Me
dirá mamá?”
“¿Podré
quitarle los pañales?”
“¿Qué
pasará en el futuro?”
Demasiadas
preguntas sin respuesta; y papeles, muchos papeles. Frente a esto, me dije: “Paso
a paso.”
¿Cómo asimilé
y acepté la situación? No hay fórmulas mágicas; el primer paso que di fue darme tiempo a mí misma. ¿Para qué?
Para llorar, patalear, preguntar el por qué, buscar la causa, y sentirme
impotente por no poder cambiar las cosas.
Creo que es
importante darse tiempo a uno mismo, que es necesario. Porque si no asumes ni
aceptas la situación, bien porque no lo estás viendo, bien porque no lo quieres
ver, la consecuencia es que no actúas.
Podríais
preguntarme cuánto dura esto; depende. Porque cada persona es un mundo, y cada
uno de nosotros necesitamos tiempo para aceptarlo.
Yo lo logré,
y ahora me siento tranquila frente a mi nueva “normalidad”.
Pasada esta fase,
me preocupé demasiado por hacer todo lo posible, o incluso más, para sacar a mi
hija adelante. Cuando quise darme cuenta, me
había convertido en terapeuta, y a veces lo de ser madre pasaba a un segundo
plano.
Hay que encontrar el equilibrio: ahora dejo la terapia para los
profesionales, y en mis manos queda quererla y educarla.
A medida que
pasó el tiempo, ya no me sentía incómoda gracias a APSA, porque encontré el
apoyo de terapeutas y psicólogos que comprendían mi dolor; dolor que también
entendían otros padres, con los que me sentía identificada.
Creo que es
fundamental una comunicación abierta, sincera, ya que no solo ayuda a nuestros
hijos, sino también a las familias.
Todo
esto me ha hecho ver que, el día que aprendí a ver a mi hija María antes que el
problema, fue el día que empecé a ser feliz.
Autora: Patricia Borrue