Autoras: Ana
Miranzo, Logopeda de APSA y Pilar Estévez, terapeuta de APSA.
La alimentación de nuestros hijos es un tema al que
prestamos especial atención, como
consecuencia de la gran responsabilidad que representa. Observamos, cómo la
primera pregunta a la salida del colegio, suele ser, ¿qué has comido hoy?, ¿te
lo has comido todo?, para a continuación darles la merienda.
Conseguir que coman de todo, en cantidades
suficientes para su desarrollo y que su relación con la situación de
alimentación sea positiva, son tres objetivos básicos para la consecución de
unos buenos hábitos de alimentación en los niños.
Sin embargo, a pesar de todos nuestros esfuerzos,
imaginación y el tiempo invertido, no siempre conseguimos los resultados
deseados, y en ocasiones, las situaciones de alimentación se convierten en un
verdadero calvario tanto para los padres como para los niños.
Por este motivo, reflexionamos a continuación, sobre
algunos aspectos que prevengan o resuelvan, las dificultades que encontramos en
instaurar dichos hábitos alimenticios.
Nuestro
punto de partida seria preguntarnos, para qué come un niño, y la respuesta
clara, que para no tener hambre. Aunque
la alimentación, aporta un gran número de experiencias tanto en el plano
relacional y social, como en el desarrollo oro-motor, sensorial o cognitivo,
nunca debemos olvidar, que su principal función es la de asegurar el aporte
nutritivo suficiente para afrontar las actividades del día, y crecer fuertes y
sanos.
Aunque
la alimentación es una necesidad física, sabemos que a comer bien se aprende, o lo que es lo mismo, nuestra
principal aliada va a ser la sensación de hambre, la necesidad de comer que
todo ser humano experimenta. Las diferencias entre dos niños de la misma edad
en cuanto a la cantidad de comida que necesitan para sentirse saciados, puede
ser tan importante como la que existe entre dos personas adultas. Por ese
motivo, es muy importante conocer las características y necesidades del niño,
utilizando sólo de forma orientativa las raciones recomendadas.
Es
importante tener en cuenta si existen alteraciones en la alimentación, os lo
explicamos a continuación.
1º
Descartamos que existan alteraciones
anatómicas o fisiológicas. Algunos indicadores frecuentes son:
·
El niño baja
significativamente de peso .
·
Presenta un
percentil de talla y peso por debajo del adecuad.
·
Hay variaciones
en su actividad diaria.
·
Signos de
desnutrición o deshidratación.
·
Vómitos frecuentes o alteraciones en la evacuación.
·
Rechazos muy
marcados a la ingesta de cualquier alimento.
En
este caso debemos consultar primero con el pediatra y que éste realice las
pruebas o derive a los profesionales, que considere oportuno.
2º
Se producen dificultades, más o menos severas, que repercuten en la consecución
de los hábitos alimenticios adecuados. Las situaciones más frecuentes son:
·
Dificultades
para pasar de una etapa a otra. Por ejemplo: Empezar con los sólidos, retirar
el biberón…
·
Limitaciones en
la variedad de alimentos que el niño acepta en su dieta diaria. Por ejemplo: No
toma ninguna verdura o sólo quiere comer un grupo reducido de alimentos.
·
Los padres
tienen la sensación de que el niño/a no toma la cantidad suficiente de alimento
diario, refiriendo que nunca tiene hambre. (en ausencia de alteración
fisiológica de la alimentación).
·
Las comidas
suponen un momento de tensión para toda la familia. El niño/a manifiesta
rechazo, quiere imponer sus criterios, las comidas son eternas …
Aunque,
en la mayoría de los casos, se producen alteraciones que repercuten en todas
las áreas descritas.
Descartada la presencia de alteraciones del acto
fisiológico de la alimentación (reflujo, intolerancias, alergias,..), podemos
centrar nuestra atención en el aprendizaje, en la adquisición de buenos hábitos
para asegurar una correcta alimentación.
En
el próximo artículo hablaremos de las fases que se producen en la alimentación
infantil.
mUITO BOM !
ResponderEliminarlEGAL!!
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