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lunes, 30 de julio de 2012

Paso a Paso.

Me llamo Patricia, y llevo casi 7 años en APSA. Tengo dos hijas: una adolescente de 17 años, Stella, que es mi estrella; y otra hija, de 8 años, que se llama María, mi sol. María es autista, y lo que os voy a contar fue, y es, mi vivencia personal.

El proceso es el mismo para todos, independientemente de la discapacidad, llamémosla “X”,  con la que nos encontremos; el dolor, la preocupación y la angustia es algo que sentimos todos.
Al principio fue complicado, porque de golpe me enfrenté a una situación completamente nueva, y frente a lo desconocido sentí miedo; que no podría afrontar la situación. Ante esto, me preguntaba:

“¿Mi hija hablará?”
“¿Me dirá mamá?”
“¿Podré quitarle los pañales?”
“¿Qué pasará en el futuro?”

Demasiadas preguntas sin respuesta; y papeles, muchos papeles. Frente a esto, me dije: “Paso a paso.”
¿Cómo asimilé y acepté la situación? No hay fórmulas mágicas; el primer paso que di fue darme tiempo a mí misma. ¿Para qué? Para llorar, patalear, preguntar el por qué, buscar la causa, y sentirme impotente por no poder cambiar las cosas.

Creo que es importante darse tiempo a uno mismo, que es necesario. Porque si no asumes ni aceptas la situación, bien porque no lo estás viendo, bien porque no lo quieres ver, la consecuencia es que no actúas.
Podríais preguntarme cuánto dura esto; depende. Porque cada persona es un mundo, y cada uno de nosotros necesitamos tiempo para aceptarlo.
Yo lo logré, y ahora me siento tranquila frente a mi nueva “normalidad”.
Pasada esta fase, me preocupé demasiado por hacer todo lo posible, o incluso más, para sacar a mi hija adelante. Cuando quise darme cuenta, me había convertido en terapeuta, y a veces lo de ser madre pasaba a un segundo plano.
Hay que encontrar el equilibrio: ahora dejo la terapia para los profesionales, y en mis manos queda quererla y educarla.

A medida que pasó el tiempo, ya no me sentía incómoda gracias a APSA, porque encontré el apoyo de terapeutas y psicólogos que comprendían mi dolor; dolor que también entendían otros padres, con los que me sentía identificada.
Creo que es fundamental una comunicación abierta, sincera, ya que no solo ayuda a nuestros hijos, sino también a las familias.

Todo esto me ha hecho ver que, el día que aprendí a ver a mi hija María antes que el problema, fue el día que empecé a ser feliz.

Autora: Patricia Borrue

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